Joyas de sangre azul

23 Ene 2025

POR Beatriz Roldán

Desvelamos las más arrebatadoras “joyas de pasar”. Son joyas que esconden una lección de historia y reafirman el valor del patrimonio histórico en el mercado de lujo; son, además, joyas famosas por la calidad o cantidad de sus quilates y por su azarosa o inquietante historia.

Las joyas son y han sido un aderezo regalado por amor, pero, y sobre todo, un símbolo visible de riqueza, poder y estatus social no ya de la mujer a la que iba destinada, sino del hombre que la regalaba y de su linaje. Al fin y al cabo, las monarcas pueden permitirse no contar los quilates, sino los siglos de las gemas, ya que su abolengo es incuestionable.

Es así como la historia de la realeza se puede contar a partir de los diamantes, los rubíes, los zafiros o las perlas más extraordinarios. Y es que los joyeros más preminentes ha sido aliados incondicionales de las monarquías de todos los tiempos, envolviéndolas de un halo de lujo y glamour (siglos antes de que existiera esta palabra) con piezas hechas a medida de su abolengo.

Testigos inmortales de la historia, las joyas se han convertido en el emblema de varias generaciones de reinas y princesas, primeras damas, actrices, bailarinas, empresarias, nobles y cantantes: todas quieren reafirmar su poder con la belleza de las piedras preciosas. Y es que ya lo dijo Marilyn Monroe mientras lucía la inmortal gargantilla de Harry Winston en “los caballeros las prefieren rubias” en el mismo año de la coronación de la reina Isabel II:Los diamantes son el mejor amigo de una mujer”.

No todo son tiaras en los joyeros reales, aunque éstas son las piezas más espectaculares y las que más viajan por la historia de generación en generación (de ahí el término “joyas de pasar”, acuñado por doña María de las Mercedes de Borbón, madre del rey Juan Carlos, para referirse a las alhajas que su marido, don Juan de Borbón, había heredado de su madre, la reina Victoria Eugenia). Muchas de estas tiaras forman parte de una «parure» que incluye fabulosos collares, broches, brazaletes y pendientes a juego.

Les invitamos a un repaso de cuatro siglos de historia y diez joyas de sangre azul

1. El anillo de compromiso de Diana de Gales, la joya más mediática de todos los tiempos

Este anillo es una de las piezas de la realeza más mediáticas de la historia, tanto o más que la propia y venerada Lady Di.

El entonces príncipe Carlos, que vivía la plenitud de su noviazgo con lady Diana Spencer, en lugar de ofrecerle un anillo de compromiso, dejó que ella lo eligiera.

Diana de Gales
Diana de Gales

Y así fue como la pieza encargada a Garrard & Co (joyeros reales de Gran Bretaña) con orla de diamantes y zafiro central de Ceilán de 12 quilates acabaría convirtiéndose en el anillo de pedida más famoso de la historia, dando lugar a incontables imitaciones tan pronto como el mundo cayó rendido a los pies de la joven princesa.

Al morir, Lady Di dejó esta preciada joya en la herencia de su hijo menor, Harry, quien cedió su derecho sobre el anillo para otorgárselo a su hermano y este pudiera pedir matrimonio a Kate Middleton con este tesoro histórico.

En 2021, la actriz Kristen Stewart interpreta a Diana de Gales en el rodaje de ‘Spencer’ y todas las miradas se centran en este anillo diseñado por la joyería Garrard, que lo sigue fabricando. De hecho, tras la emisión de ‘The Crown’ se dispararon las ventas de modelos similares.

2. El set de zafiros de Leuchtenberg, la espectacular tiara flexible

La Casa Real de Suecia -dinásticamente los Bernadotte– tiene en propiedad de su fundación privada (que no de la Corona) una de las colecciones de joyas más increíbles de toda la historia. Entre ellas destacan las tiaras, usadas hoy día en los eventos institucionales y reales más representativos. Algunas de estas tiaras fueron heredadas, otras adquiridas en subastas de joyas y otras ofrecidas en las dotes matrimoniales.

Los llamados zafiros de Leuchtenberg forman un conjunto de tiara, collar, pendientes y broche, todos ellos cuajados de zafiros y diamantes engarzados en el siglo XIX. Fueron el regalo de boda de Napoleón Bonaparte a su nuera la princesa Augusta, Duquesa de Leuchtenberg. Posteriormente los heredó Josefina de Leuchtenberg, reina de Suecia y Noruega entre 1844 y 1859, como consorte del Rey Óscar I.

Es uno de los aderezos favoritos de la actual reina de Suecia, Silvia, reservado desde 1976 para su uso exclusivo.

Los zafiros de Leuchtenberg
Los zafiros de Leuchtenberg

Su diseño se le atribuye al joyero francés Marie-Étienne Nitot y cuenta con una original tiara flexible y diez elementos más, entre ellos una deslumbrante gargantilla, aretes y hasta pasadores para el pelo.

De estilo neoclásico e inspirada en la naturaleza, está adornada con diamantes y zafiros, aunque en su origen la diadema estaba rematada por perlas, ya que los zafiros son desmontables.

Lo inaudito de esta tiara es que es flexible, pudiéndose recostar de forma plana al 100%, facilitando así su colocación en peinados elaborados y, sobre todo, ayudando a su transporte en un fino estuche.

3. Los rubíes de Mary Donaldson: producto del desamor y de la coronación de Napoleón

El fabuloso conjunto de rubíes creado expresamente para la coronación de Napoleón en 1804 lo lleva ahora la princesa heredera danesa Mary Donaldson.

Formado por una tiara, un collar, pendientes y broche (inspirados en la naturaleza, con pequeñas hojas de diamantes y rubíes en forma de frutos rojos) pertenecían a la reina Desirée de Suecia, antigua prometida de Napoleón, que finalmente se casó con Jean-Baptiste Bernadotte, uno de sus mejores generales.

Rubíes de Mary Donaldson
Rubíes de Mary Donaldson

Bernadotte, que se distinguía por tener un gusto exquisito -lo cual se demuestra con el encargo de una fabulosa tiara de diamantes y rubíes para su esposa, Désirée Clary- , fue, además, tocado por la fortuna, ya que fue nombrado rey de Suecia y Noruega en 1818.

La bisnieta de Désirée, la princesa Lovisa, se casó con el príncipe heredero Federico VIII de Dinamarca en 1869, así que aportó las joyas de los Bernadotte y los Leuchtenberg a la colección danesa. Fue así cómo la histórica tiara se trasladó a Dinamarca y, desde entonces, ha permanecido en la familia real danesa.

Federico de Dinamarca se la ofreció a Mary Donaldson unos días antes de su boda.

La tiara de la corona de rubíes es una de sus favoritas, y la ha lucido en numerosas ocasiones, incluida su propia boda en 2004.

Desde el pasado 14 de enero, cuando su suegra, Margarita II, abdicó y su marido se convirtió en rey, Mary dispone de todas las joyas de la Corona, y ha decidido transformar un antiguo collar de diamantes en una nueva tiara que ha bautizado con el nombre de Rosestone.

4. El anillo que conserva el ADN de María Antonieta

María Antonieta ocupa un lugar destacado en la lista de propietarios de joyas (y de relojes). La prueba está en un conjunto de diez joyas que una vez pertenecieron a la reina francesa. Antes de su ejecución en 1793 las envió a la familia Borbón-Parma, que en 2018 las vendió en una subasta de Sotheby’s.

Anillo Maria Antonieta
Anillo Maria Antonieta

Un collar de 119 perlas naturales, diamantes de 49 quilates, pendientes, broches y un anillo con las iniciales MA y mechones entretejidos del cabello de María Antonieta, valorados actualmente en un total de entre 1,5 y 3 millones de dólares, fueron envueltos a mano y colocados en un cofre de madera por María Antonieta y enviada a Bruselas (Bélgica) poco antes de su captura. 

5. El collar de Anglesey, el resurgir de las joyas victorianas

Shirley Paget, marquesa de Anglesey por matrimonio, lució en la coronación de Isabel II un collar de diamantes que llamó la atención de todos los asistentes. La pieza se ha hecho famosa no solo por que se sospecha que está hecha con los diamantes del collar que desprestigió la imagen de María Antonieta, a quien se acusó de robarlos, sino también por alcanzar la cifra de 4,55 millones de euros en la subasta de Sotheby’s Ginebra de noviembre de 2024, desatando un misterio en torno a su compradora anónima.

El Collar de Anglesey pertenecía una familia noble del Reino Unido. Fue concebido durante la era victoriana, época en la que las joyas incluyen piedras de gran tamaño y claridad, por lo que son sumamente apreciadas.

El collar consta de 500 diamantes dispuestos en tres vueltas. El diamante central, de 300 quilates, es notable tanto por su peso como por su calidad, situándolo entre los más importantes de su clase. Luce un corte deslumbrante y una claridad casi impecable, características que hoy lo convierten en una rareza.

6. La tiara que nunca quiso llevar Grace Kelly

Se trata de la tiara Pearl Drop (lágrimas de perla) de Cartier, encargada en 1949 por la princesa Carlota, cuando Rainiero III subió al trono tras la muerte de su padre, Luis II. Como su nombre indica, la tiara está formada por perlas en forma de pera que cuelgan de los arcos plagados de diamantes. Con base de oro blanco y platino no sólo es la más significativa por su tradición, también por su belleza.

La princesa Carlota de Mónaco lució la tiara de perlas de Cartier en una serie de retratos en los años treinta y, sobre todo, en la gala celebrada la víspera de la boda de su único hijo, el príncipe Rainiero III, y la actriz estadounidense Grace Kelly en la Ópera de Montecarlo en 1956. Grace Kelly no quiso ponérsela jamás, porque se llevaba fatal con su suegra por lo que, tras su muerte, fue heredada por la princesa Carolina, quien la ha lucido en varias ocasiones.

Mientras en otras casas reales es habitual que diferentes miembros de la familia luzcan piezas de la familia, las joyas que lucía Grace Kelly eran en su mayoría regalos de su marido Rainiero. Es el caso de la tiara de Bains de Mer y el collar de diamantes Cartier que la princesa lucía con frecuencia.

Es así como, al no tener un muestrario oficial de «Joyas de la Corona«, cada una de las princesas Grimaldi ha ido creando su propia colección personal.

7. Uno de los encargos de Alfonso XIII: el collar de chatones de la Reina Sofía

En su origen fue una gargantilla de estilo rivière realizada por la Joyería Ansorena con 30 diamantes de 90 quilates cada uno, montados «a la rusa», esto es, en chatones, de ahí su nombre. Los diamantes van engastados en una pieza de platino y sujetos con unas diminutas garras, lo que hace que el engaste parezca invisible, dejando al descubierto todo el esplendor del diamante.

Fue un regalo del rey Alfonso XIII a su prometida, la princesa Victoria Eugenia de Battenberg, en 1906. El collar fue aumentado de tamaño al sumar los diamantes que el rey fue regalando a su esposa con motivo de aniversarios, nacimientos o cumpleaños. El collar llegó hasta la cintura y se podía lucir también en dos vueltas. Con el tiempo, se confeccionaron dos pendientes en forma de chatones a juego.

La reina Victoria Eugenia dividió el collar e incluyó el más largo en el lote de las «joyas de pasar». El collar de chatones más pequeño, con 27 piedras, fue a parar a su hijo menor, el infante don Jaime. Posteriormente, fue subastado en 1977 por su viuda y regalado por su comprador a la Casa Real.

El collar más grande, el de 38 chatones, lo heredó María de las Mercedes de Borbón, que no lo utilizó mucho, y después pasó a manos de la reina Sofía.

Doña Letizia, que lo llevó por primera vez en 2019 con motivo de la entronización del emperador Naruhito de Japón, no ha usado por ahora el collar en su versión más larga, mientras que sí lo hizo doña Sofía en varias de sus apariciones públicas como reina de España.

Es el collar que la reina Leticia eligió llevar durante la sesión fotográfica para la colección del Banco de España con motivo de los 10 años de Felipe VI como rey a cargo de la estadunidense Annie Leibovitz.

Otra de las joyas preferidas de doña Leticia es un broche de rubíes y diamantes que podía transformarse en un par de broches y pendientes encargado igualmente por Alfonso XIII al joyero parisino Chaumet, un tesoro de la familia real española.

8. La tiara de Boucheron que pasó de la señora Greville a Camilla, pasando por la Reina Madre e Isabel II

Durante la primera visita de Estado de Carlos III y Camilla Parker-Bowles como soberanos, la reina consorte hizo un despliegue de joyas como no se recuerda, usando una de las piezas más queridas e icónicas de Isabel II.

Camilla eligió la tiara de nido de abeja de Boucheron, llamada oficialmente la Tiara Greville, una de las favoritas de la Reina Madre que pasó a Isabel II y finalmente a la nuera de ésta. En 1921, la señora Greville (una figura muy conocida de la sociedad británica de principios del siglo XX) encargó al famoso joyero parisino esta tiara que se realizó con gemas recuperadas de otra diadema. Como no tenía herederos directos, dejó a su muerte, acaecida en 1942, su considerable colección de joyas a la entonces reina Isabel (después conocida como la Reina Madre). Con el tiempo, la Reina Madre transformó la tiara con diseño apanalado coronando el centro de la diadema con un diamante extra. A su muerte, la pieza pasó a manos de su hija, Isabel II, que se la prestó a su nuera, la entonces duquesa de Cornualles.

9. El diamante Hope, la más hermosa de las maldiciones

La historia de este diamante azul comienza con un robo, bueno, un sacrilegio más bien. En cualquier caso, fue un comerciante francés en la India a mediados del siglo XVII quien sustrajo la piedra de la frente de la estatua dedicada a la diosa Sita, esposa del dios Rama.

Este diamante azul de 45,52 quilates pasó de pertenecer al Rey Luis XIV a ser robado durante la Revolución Francesa, hasta llegar a manos del banquero inglés que le da nombre a principios del siglo XX. Este se lo vendió años después por problemas con las apuestas a una aristócrata americana: Evalyn Walsh McLean, quien aseguró que estaba maldito, ya que poco después de adquirirlo una serie de dramáticas pérdidas la acecharon (su marido la abandonó, su hija se suicidó y su hijo murió en un accidente de coche).

Foto de Evalyn Walsh McLean luciendo el diamante Hope en 1914.
Foto de Evalyn Walsh McLean luciendo el diamante Hope en 1914.

Y es que todos los que tuvieron contacto con este azaroso diamante fueron contagiados por su mala suerte, o castigados por el sacrilegio que se cometió al sustraerlo de una deidad, según se mire.

En 1949, el joyero estadounidense Harry Winston compró el lote completo de joyas que había pertenecido a Evalyn McLean. Consideró que el Diamante Hope era la más importante y hermosa de todas, y decidió mostrarla en su «Corte de Joyas», una colección de gemas expuesta en diferentes museos e institutos de Estados Unidos.

A mediados de 1958, para dar aún más brillo al diamante, Winston decidió realizarle unos cortes geométricos y donarlo al Instituto Smithsonian de Washington, donde se convirtió en la principal atracción de la colección.

A pesar de su incalculable valor, Winston -movido por la superstición- envió la joya por correo a la institución, depositando el diamante en un simple paquete postal, aunque no sin antes asegurarlo en un millón de dólares. El cartero que se ocupó de la entrega sufrió varias desgracias.

Tras más de sesenta años expuesta en el museo, no se ha producido ningún hecho relevante que haga pensar que la joya está maldita.

10. La perla peregrina: de joya real a joya de una de los iconos de Hollywood

Esta perla encontrada por un esclavo en Panamá, al que liberaron tras rescatarla, pasó por las cortes inglesa, francesa y española del siglo XVI hasta llegar a manos de Richard Burton, quien se la arrebató al mismísimo Alfonso de Borbón y Battenberg, para ofrecérsela a Elizabeth Taylor como regalo de cumpleaños.

Ha sido conocida con varios nombres tales como «la margarita», «la huérfana» o «la sola». Sin embargo, ha pasado a la historia bajo el nombre de «la Peregrina», en referencia a su amplio historial de viajes tanto como a su naturaleza excepcional.

Liz Taylor y la perla ' La peregrina'
Liz Taylor y la perla ‘ La peregrina’

La Perla Peregrina fue ofrecida al rey Felipe II, posteriormente pasó a manos de la reina de Inglaterra, María Tudor, y con el tiempo de Napoleón III. Las reinas españolas Margarita de Austria e Isabel de Borbón fueron algunas de las afortunadas en lucir la Peregrina, inmortalizadas en los retratos de Velázquez.

Su historia continúa con el duque de Abercorn, quien la adquirió en una subasta y la mantuvo en su linaje hasta 1969. Ese año, la Peregrina pasó a Elizabeth Taylor quien, además de lucirla, la compartió con el mundo en una exposición del Museo Smithsonian. Cuando falleció en 2011, la perla fue subastada y adquirida por nueve millones de euros, un precio récord en una subasta.

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