Ya no hay dudas, ya está aquí la alegría, el sol en la cara, la toalla sobre la arena, la primera piel tostada, las ganas de todo, las noches eternas, la incandescencia de la vida por hacer, las sobremesas eternas, los planes por delante, reservar esos vuelos, regalarle esa joya (ni lo dudes), vestir tu reloj favorito, la siesta bajo un olivo, tantos libros por leer, tantas cosas por vivir.
Quien me lo iba a decir: estoy enganchadísimo a Selling Sunset.
Casas de lujo, la vida en LA, champán todo el rato, celos, drama, gossip, eventos, víboras y cócteles todas las tardes. Dramitas todo el rato. No puedo dejar de mirar. Estoy muy dentro del día a día de Mary, Chrishell, Christine, Davina, Amanza, Emma, Heather, Vanessa, Maya y Chelsea. ¿Qué no es Los Soprano? Pues no, ni maldita la falta que hace.
Un reloj en el que no puedo dejar de pensar: Rolex Datejust 41 Wimbledon.
Porque en esta vida uno o es de Nadal o es de Federer, y (obviamente) yo siempre llevaré a Roger en mi corazón. La elegancia, el saber estar, esos outfits blanquísimos, su revés a una mano, su manera de flotar sobre la pista. Leí que una vez, antes de una final de Wimbledon, durmió regular porque estuvo haciendo de papi con sus hijos, la ganó igualmente. Este señor es la clase y este Datejust un sueño.
Me preguntan mucho, en el Consultorio sin miedo, en torno al amor.
Me ha encantado cómo lo cuenta Miguel Ángel Robles, suena hasta radical su planteamiento. Me encanta: El amor es una decisión. “Hemos asumido un concepto del amor que puede compararse a una corriente caudalosa que nos arrastra hasta el precipicio. Una emoción que no puede evitarse y trágicamente condenada a su desaparición. Ese amor reducido a la pasión lleva en sus entrañas las semillas del fracaso: se extingue nada más consumarse. Su única posibilidad de supervivencia es la imposibilidad de realizarse. Su culminación es su agotamiento. Pero de ese callejón sin salida del amor-pasión se puede salir. La clave es sustituir la voz pasiva por la activa. Coger las riendas de los sentimientos y transformar la suerte precaria de enamorarse en determinación firme de amar. El amor puede ser lo mejor que nos pase, pero, para que sea así, no basta con desear que ocurra. Hay que decidirlo y actuar en consecuencia”.
Ya casi está aquí el verano, ya están aquí los planes sobre una toalla.
Las noches de llenas de verano, un par de libros sobre la arena, unas espardenyes de Castañer, unas sardinas al espeto en La Milla de Marbella, los atardeceres en Cadaqués, la belleza imposible de la Serra de Tramuntana. Dice un amigo que quien no ama el verano es que no ama la vida —a lo mejor no se equivoca. Tres hoteles en Baleares donde ser feliz: Can Domo en Ibiza (la calma), Torralbenc en Menorca (esas cenas increíbles) y Cap Rocat en Mallorca (el espectáculo).
El poema más bonito del mes.
Tiene más razón que un Santo Ismael López: “Después de Ángel González, uno se pregunta si es necesario escribir más sobre amor”. Enamorado de este ‘Muerte en el olvido’.
Pocas veces hablo de música. Pero venga hoy sí.
Este ha sido el mes (claro) de Taylor Swift. Obviamente soy swiftie. Pero como poco me queda que aportar ahí traigo tres cositas que he escuchado mucho este mes: Kissing in the cold de Florrie, Golden Afternoons de Mark Wilkinson y Hit me hard and soft de Billie Eilish.
Para locos del café, porque sí: soy un loco del café.
Con el café de especialidad (y elaborarlo como Dios manda, en filtro o ‘batch brew’) pasa una cosa terrible y maravillosa a la vez: que cuando das ese paso ya no hay marcha atrás. Ya tan solo te sirve ese tipo de café y ese forma de elaborarlo, un desastre para los que viajamos mucho. ¿Qué necesitas para montarte una buena estación de café en casa? Tres cositas. Para empezar, un molinillo. Yo uso el de la marca Wilfa y estoy encantadísimo. Obviamente también necesitas una cafetera de goteo, puedes elegir entre la (también) Wilfa o una Moccamaster Select, que además son bien bonitas. Tercero, café de especialidad. En casa somos muy de Hola Coffee.
Vicios que sí, ir de terrazas en Madrid
Imposible que no se ensanche el corazón cuando ves pasando la tarde en una sobremesa sin prisa, en alguna terraza de Madrid, con este tiempo tan extraño —días de calor pero también esa brisilla de media tarde que refresca. Tres terrazas que me pirran: la de La bien Aparecida en Jorge Juan, Barracuda MX o Filandón en el Monte de El Pardo. En los tres, además, se come como Dios.
