Cartier: «El rey de los joyeros, el joyero de los reyes»

16 Ene 2025

POR Anton Vallverdú

Cuando se te adjudica un título tan sonoro como "el rey de los joyeros, el joyero de los reyes" (Eduardo VII de Inglaterra) es difícil destacar o que te reconozcan en otros campos como, en el caso que nos ocupa, la relojería. A finales del siglo XIX, a los 23 años, Louis Cartier se convierte en socio de su padre Alfred.

Un hito que marca el despegue desde un buen y reputado joyero local hacia la dimensión planetaria que acabaría alcanzando el apellido Cartier. También es en esa época –La Belle Epoque– cuando la Maison se interesa por el mundo del reloj.

Es bien cierto que nunca hubo -al menos hasta el siglo XXI- una manufactura o siquiera un atelier de relojería de Cartier, pero no lo es menos que el reloj se ha considerado una joya más desde el momento que podía hacer lo mismo que una joya: más allá de enamorar a su propietario/a, proyecta su estatus y desde luego su nivel de riqueza.

Louis Cartier
Louis Cartier

Y lo que a Louis Cartier se le daba divinamente era diseñar sueños para sus clientes, muchos de ellos fabulosamente ricos, y estos diseños pasaban no solo por joyas sino por cualquier objeto de uso más o menos cotidiano susceptible de ser enriquecido con diamantes, metales, piedras y materiales preciosos: jade, coral, esmaltes… y cualquiera que pudiera transmitir la opulencia de sus literalmente afortunados propietarios. Y eso, desde luego pasaba por los relojes.

Solo lo mejor es suficiente

El primer reloj del que se tiene constancia en los libros de la Maison aparece relacionado en 1873. Un reloj de bolsillo bautizado como «el egipcio» debido a la temática de su decoración.

Reloj misterioso Egipcio Cartier  1927
Reloj misterioso Egipcio Cartier 1927
Reloj misterioso Pórtico Cartier  1923
Reloj misterioso Pórtico Cartier 1923

Sólo se conserva un dibujo en el propio libro, con la anotación 27, junto a la descripción de sus componentes (oro, diamantes tallados en rosa y rubíes calibrados) y un nombre: Monsieur Santos. No hay constancia documental de que sea un familiar del brasileño Alberto Santos-Dumont, para quien Cartier diseñaría su primer reloj de pulsera en la primera década del nuevo siglo, pero es poco probable que en París hubiera un Santos con semejante capacidad económica que no lo fuera.

Los relojes de bolsillo -para hombre- y de colgar -para mujer- conviven con los relojes de sobremesa que adornaban tanto los despachos como los domicilios de las clases pudientes, esto es, la aristocracia y la burguesía. Entre 1872 y 1892 los libros de Cartier cuentan no menos de 400 relojes, una cifra que irá aumentando a partir del nuevo siglo. Louis Cartier se había fijado tres objetivos: añadir relojes de sobremesa a la oferta de los de bolsillo, realizar su propia producción y explorar las posibilidades del incipiente mercado de los relojes de pulsera.

Para mantener la excelencia que lo caracterizaba, Cartier se suministraba de mecanismos en los mejores proveedores de la época. Nombres que ya no suenan a nadie para los de sobremesa (Brédillard, Dagonneau, Prévost) y Vacheron Constantin y Verger para los de bolsillo. Pero lo que marcaría un antes y un después en este apartado fue el encuentro con Edmond Jaeger, un fabricante de mecanismos de medición de todo tipo -también relojeros- proveedor de cronómetros para la Marina francesa y que se encontraba en la cumbre del éxito gracias a la eclosión del automóvil.

Jaeger. Y LeCoultre

Jaeger se convirtió no solo en proveedor sino también en colaborador de Cartier para encontrar nuevas formas de embellecer los relojes que este ideaba. Y una de las ideas de Cartier fue hacer relojes de bolsillo muy delgados, no solo por practicidad y que no abultaran en los bolsillos de los chalecos de su clientela sino por pura elegancia. Y como todo tiene un límite, incluso las capacidades de Jaeger (más cercano a la relojería gruesa), este decidió pasarle el reto de crear un calibre extraplano a Jacques-David LeCoultre, al que había conocido en 1903.

Si Cartier era «el rey de los joyeros, etc», se podría decir que LeCoultre era «el relojero de los relojeros»: sin tener o ser una marca de relojes propiamente dicha, había creado en su ya larga historia (con origen en 1833) más de cien calibres de todo tipo, desde tres agujas a repeticiones de minutos, que suministraba a lo más granado del sector: desde Patek Philippe a la mismísima Vacheron Constantin pasando por Audemars Piguet. Pero no firmaba sus calibres, que llevarían el nombre de sus clientes. Es por esto que los primeros relojes Cartier de pulsera -y los extraplanos de bolsillo- montaban un calibre Jaeger y no LeCoultre. En 1907 Jaeger y Cartier firman un contrato por el que se concedía a Cartier la exclusiva de la producción de Jaeger, en especial sus cronómetros y los nuevos inventos. Por su parte, Cartier garantizaba a Jaeger pedidos por no menos de 250.000 francos anuales. Paralelamente, la relación entre Jaeger y LeCoutre se va estrechando hasta culminar, treinta años más tarde, en la fusión de ambas empresas dando nombre a una de las marcas más reconocidas hoy día. Pero esa es otra historia.

Del bolsillo a la muñeca. Un encargo peculiar

A principios del siglo XX los relojes de pulsera seguían siendo una «excentricidad de mujeres» o, en el otro extremo, herramientas de trabajo para militares: los primeros relojes de pulsera hechos en serie para un colectivo llevaban la marca Girard Perregaux y habían sido encargados en 1880 por la Marina alemana para sus oficiales. Más tarde, la guerra de los Boers (1899-1902) y la Primera Guerra Mundial fueron los escenarios donde se asentaron como dotación para los combatientes al demostrar su ventaja funcional sobre los de bolsillo.

Es en esa horquilla de tiempo cuando nace uno de los relojes más famosos no solo de Cartier sino de toda la historia de la relojería moderna: el Santos, que Louis Cartier diseñó para su amigo Alberto Santos-Dumont. La historia es conocida, y de algún modo refrenda lo expuesto hace un momento: Santos-Dumont, un bon vivant de origen brasileño establecido en París, gastaba su tiempo entre fiestas y montar en cualquier artefacto que se elevara sobre el suelo, bien fuera un dirigible, un globo aerostático o un avión, aparato recién inventado por los hermanos Wright y que Santos-Dumont se había empeñado en perfeccionar.

Primer reloj Cartier Santos 1904
Primer reloj Cartier Santos 1904

Para conocer el tiempo que había permanecido en el aire (esto es, para poder consultar su reloj) mientras manejaba, necesitaba tener las manos lo más libres posible, de manera que en lugar de ir a visitar a un relojero (Breguet seguía estando en París) decidió que lo más sencillo era encargárselo a su joyero de cabecera.

Alberto Santos-Dumont
Alberto Santos-Dumont

Debido a la importancia de su clientela, pero sobre todo a lo delicado de algunos encargos (muchos eran para cortesanas o amantes de quienes los encargaban) se advierte cierto secretismo cuando no directamente omisiones en los por otro lado escrupulosos apuntes de los libros de la Maison. Es por esto (o tal vez porque era un encargo de amigo a amigo) que no está acreditado el año exacto del diseño-ejecución-entrega del primer Santos a su peticionario, pero no hay duda de que para el 12 de noviembre de 1907 -fecha de culminación de una de las hazañas del brasileño- el reloj ya era una realidad. El primer reloj Santos vendido en la sede de la Rue de la Paix quedó anotado en la sección «Relojes» del segundo libro de los archivos Cartier de 1911 con el número 3878. Más adelante se puede leer, en la anotación 4108, «Reloj de forma cuadrada llamado Santos-Dumont«, y se refiere un reloj de platino vendido al conde Kinsky el 30 de enero de 1913. Ambos montaban un calibre «Jaeger».

Los relojes misteriosos. Raros y caros

Justo después de la -primera- Gran Guerra es cuando tienen su auge los llamados «relojes misteriosos» gracias a la coincidencia de Cartier con Maurice Couët, un relojero de tradición familiar que había empezado a trabajar para Cartier en 1911 proporcionándole los mecanismos para reloj de sobremesa que el joyero se encargaba de transformar en obras de arte. Primero fueron relojes adornados con motivos de la bóveda celestial, y más tarde relojes cuyas agujas parecían flotar en el aire gracias al ingenioso truco de montarlas sobre discos de cristal de roca que a su vez estaban accionados por un mecanismo oculto en la base. Eran relojes costosos de producir debido a la alta artesanía que requería su confección, y donde el precio del mecanismo en sí era casi lo de menos: el tiempo necesario para su construcción oscilaba entre tres y doce meses. Eso los ha convertido en auténticas rarezas porque solo se hicieron alrededor de un centenar entre 1913 y 1930. De una publicación de la época: «Los Relojes Misteriosos de Cartier son maravillosas obras de arte de la relojería, irreales y hechas aparentemente de rayos de luna, esconden el misterio del tiempo a la sombra de una antigua divinidad de jade, entre dos columnas de cuarzo rosa adornadas con dragones de esmalte negro…»

Historias e historia

Una anécdota sin relojes: en 1917 Pierre Cartier cierra una operación inmobiliaria inaudita: compra la que en adelante (y hasta hoy) será la sede de Cartier en Nueva York, el hotel Morton Plant (construido por el arquitecto Gibson, hoy monumento nacional) situado en la Quinta Avenida con la calle 52. ¿El precio? Un enorme collar de perlas naturales de dos vueltas, valorado en un millón y medio de dólares y del que se había encaprichado la señora Plant. Sin inmutarse, el señor Plant reconstruyó un edificio idéntico en la misma Quinta pero esquina con la 86, mirando al Central Park.

Cartier Nueva York 1909
Cartier Nueva York 1909

Otra: en 1904 Cartier es nombrado proveedor oficial de la Casa de Alfonso XIII, quien el año siguiente conocerá y se casará (1906) con la que será la reina Victoria Eugenia, nieta de la reina Victoria de Inglaterra y ella misma clienta del joyero parisino. Aparte de diversas joyas -como la tiara ceremonial que desde entonces lucen todas las reinas de España– en la familia real española se conserva al menos un reloj de pulsera Cartier de la época: un pequeño reloj con tapa deslizante que lleva esmaltada lo que se supone es la bandera española (cinco bandas horizontales alternando amarillo-rojo-amarillo-rojo-amarillo) y que por su tamaño probablemente monte un calibre Duoplan, del que hablaré más adelante.

Su Majestad La Reina Leticia | Tiara Ceremonial Cartier | Familia Real Española
Su Majestad La Reina Leticia | Tiara Ceremonial Cartier | Familia Real Española

Fue un regalo para la abuela del actual rey con motivo de su boda. Este reloj ha ido pasando por distintas manos hasta llegar a las de quien ha sido responsable de comunicación de la marca durante treinta años: Simoneta Gómez-Acebo, nieta de María de las Mercedes de Borbón y prima de Felipe VI.

Un tanque Renault FT-17 da origen al Tank

Antes de hablar del que tal vez sea el modelo más emblemático de Cartier cabe recordar que el torrente creativo del joyero sacó modelos que igualmente se han mantenido en el tiempo con envidiable frescura: se trata de los modelos Tonneau (1906), Baignere (1913), Tortue (1916) o Cloche (1920), que han sido incluso reeditados en los últimos años dentro de la colección «Privée«.

La década que aquí se ha venido conociendo como «los Años Locos» y que Scott Fitzgerald (El Gran Gatsby) bautizó como «Roaring Twenties» se extiende desde el final de la Primer Guerra Mundial (Tratado de Versalles, junio de 1919) hasta el crack bursátil de octubre de 1929. Es también en esa época que aparece el Tank, un reloj que Louis Cartier ya había empezado a imaginar durante el conflicto y cuyas líneas se basaban precisamente en los artefactos blindados que por primera vez habían tomado parte en él. El Tank LC es el primer reloj de la casa que llevará las iniciales de su creador. La realización fue encargada a Joseph Vergély, famoso por sus relojes-moneda y al ubicuo Jaeger, que volvía a aportar calibres de LeCoultre: En 1920 Jaeger y Cartier habían creado a medias la European Watch and Clock Company para construir y exportar relojes, especialmente a los Estados Unidos, pero el relojero detrás de Jaeger seguía siendo LeCoultre.

Reloj Cartier Tank 1917
Reloj Cartier Tank 1917

Según algunas fuentes, los primeros ejemplares del Tank fueron ofrecidos al General Pershing y otros altos oficiales del ejército norteamericano en 1918. El reloj fue lanzado al mercado en 1919 y cosechó un éxito inmediato. El diseño, sobrio y clásico, permitía por otra parte dar rienda suelta a la creatividad. Así, no tardaron en aparecer versiones cuadradas, curvadas y el famoso «Tank Chinoise» de 1922, con cuatro barras planas que se entrecruzan en lugar de las dos paralelas y redondeadas del original. A las distintas formas se añaden los toques de esmalte y sobre todo el cabujón de zafiro azul en la corona, que a partir de entonces aportará una personalidad inconfundible a los relojes Cartier. Estos cabujones ya habían aparecido, por cierto, en algunos relojes de bolsillo extraplanos presentados hacia 1910 y que les daban aspecto de «timón». Es prácticamente imposible enumerar las variaciones que surgieron a partir del Tank primigenio, que se realizó (y se sigue realizando) en todos los metales habituales, desde el platino hasta el acero pasando por la plata dorada, conocida como «Vermeil» y que Cartier trajo con la familia «Must» en los años 1970.

La miniaturización en dos planos

En 1925 se da a conocer uno de los inventos relojeros más trascendentales para poder construir relojes de pequeño tamaño, tan en boga en aquel momento. En realidad, el 7BF Duoplan LeCoultre (encargado por Établissements Ed. Jaeger) no era el primer calibre miniatura del mercado, pero sí el primero que proporcionaba una precisión asimilable a los calibres más grandes al estar dispuesto en dos planos (rodajes en uno, el escape en el otro) y permitir la instalación de un volante más grande. La corona estaba situada en la trasera del reloj. Este calibre evolucionó en 1929 al 101, que sería conocido como el calibre más pequeño y ligero del mundo (74 componentes y tan solo un gramo). Todavía hoy el 101 ostenta el récord de miniaturización de un calibre mecánico. Por supuesto, equipó infinidad de enjoyados «brazaletes que además daban la hora». Pero no solamente: esta miniaturización permite a Cartier -y a otros- incorporar relojes en los objetos más cotidianos: abrecartas, encendedores, pitilleras, bastones, instrumentos de escritura… incluso fundas para barras de labios.

El reloj de pulsera llegó para quedarse… y el final de una era

Además del año del crack bursátil, 1929 fue el de la inversión de tendencia, cuando por primera vez en el mercado mundial se vendieron más relojes de pulsera que de bolsillo. Aun así, en esta época están de moda los relojes-moneda y los Ermeto, que Cartier se encarga de decorar profusamente. Es en esta época también cuando se incorpora a la empresa Jeanne Touissant, íntima amiga de Louis Cartier y apodada «la Pantera». Ella marcará el futuro creativo de la marca de tal forma que no solo consolidará el que será el animal-fetiche en las creaciones artísticas sino que dará nombre a otra colección mítica de relojes: Panthére. En palabras de sus contemporáneos, más que una diseñadora, Touissant era una «inspiradora de gusto». El Cabriolet fue la respuesta de Cartier al Reverso de Jaeger-LeCoultre. Un reloj que basculaba sobre su eje horizontal para ocultar y proteger la esfera.

Jeanne Touissant 'La Pantera'
Jeanne Touissant ‘La Pantera’
Reloj Cartier Pantera 1914
Reloj Cartier Pantera 1914

Un modelo histórico que volvió por sus fueros es el denominado Pasha, cuyo diseño algunos atribuyen a Gerald Genta pero que ya existía antes de que el genial diseñador pensara incluso en dedicarse a su arte-oficio: fue presentado en 1943, cuando Genta contaba apenas 12 años. Con su rejilla protegiendo el cristal, la referencia 8537 estaba inspirada en los relojes militares, y el capuchón amarrado a la caja por un pequeño eslabón protegía la verdadera corona de polvo y la humedad. Tal vez lo más cercano a un reloj-herramienta que que Cartier haya hecho nunca. El nombre de Pasha se le adjudicó en 1985, cuando, ahora sí, Cartier le encargó al suizo que lo retocara. Con -en mi opinión- buen criterio, se limitó cambios menores, como trabajar el encuentro entre la caja y la correa/brazalete, poner lumen en las agujas o añadirle un bisel. La historia del nombre no está muy clara, y se ha relacionado con el encargo que el Pachá de Marruecos El Glaoui le hizo a Louis Cartier en los años 30 para que le proporcionara un reloj con el que poder bañarse en su piscina, aunque lo más probable es que este le entregara un Tank harmético dotado de una corona con sistema de bloqueo patentado y que ya se producía desde 1930.

Otro apunte histórico: durante la SGM, el general De Gaulle tiene su cuartel general de Londres en el mismísimo despacho de Jacques Cartier, que desde sus talleres ingleses hará fabricar elementos para la aviación británica. Cuando De Gaulle viaja a Moscú por primera vez después de la guerra, lleva un reloj misterioso firmado por Cartier como regalo para Stalin. Ese periodo marca también un final de época para la Maison: en el transcurso de dos años, fallecen el propio Jacques (diciembre de 1941) y Louis (julio de 1942), que a raíz del conflicto se había establecido en Nueva York. Ya nada volvería a ser igual.

La siguiente generación Cartier casi hace cierto el dicho sobre las empresas: la primera -Alfred- la funda, la segunda -Louis y sus hermanos- la hace grande, y la tercera -los hijos de estos últimos- la hunden. No llegaron a hundirla porque la inercia era grande, pero no hicieron nada bueno más allá de acabar vendiéndola por partes a distintos inversores. Por suerte para todos -antiguos y nuevos propietarios- «la pantera» (Jeanne Touissant) seguía a los mandos del departamento S, el de diseño de joyas. Estaría ahí hasta 1970, año de su retiro con ¡ochenta y tres años!

Nuevos tiempos, nuevas propuestas

Relojeramente hablando, no hay grandes novedades más allá de que Cartier se abre a proveerse de calibres de calidad provenientes no solamente de Jaeger-LecCoultre sino también de Vacheron Constantin, Audemars Piguet, Piaget, Movado, lo que da lugar a hermosos y hoy valorados relojes complicados, con cronógrafos, calendarios anuales y perpetuos o repeticiones de minutos. Los relojes-joya de dama con pequeños calibres siguen estando de moda, pero ya no son exclusivamente el 101 o el Duoplan de JLC.

En 1972, Robert Hocq, con la ayuda de un grupo de inversores encabezado por Joseph Kanoui, compró Cartier Paris y, para 1974 y 1976 respectivamente, el grupo adquirió Cartier London y Cartier New York, reconectando así a Cartier en todo el mundo. Decía más arriba que los tiempos habían cambiado. En 1972 Robert Hocq declaraba en una entrevista: » Cuando Luis Cartier se asoció con su padre (1898) los clientes requerían fasto. En esa época Cartier vendía de una a tres diademas al día. Hoy, con suerte, vendemos una al año…»  Es por esto que creó el lema “Les Must de Cartier, y en 1976 “Les Must de Cartier” se convirtió en una línea de bajo precio de Cartier (con el Tank como estrella central), símbolo de los nuevos tiempos pero a la vez verdadera tabla de salvación de la empresa, que para 1977 había abierto más de 40 boutiques por todo el mundo.

Reloj Cartier Les Must de Cartier
Reloj Cartier Les Must de Cartier

Coincidiendo con el renacer de la relojería mecánica después de la crisis del cuarzo, en los 80 Cartier presenta la línea Vendome-Louis Cartier y relanza los Tortuga. Luego vendrá el turbante para el Paris-Dakar, del que solo se hicieron dos ejemplares pero que a nivel de marketing trajo un retorno impagable (el Crash es de 1967, Cartier Londres, doce ejemplares). El Panthére, un guiño a Jeann Touissant, llega en 1984 para quedarse. En 1985 el Pasha, ahora sí, retocado por Gerald Genta, se convierte en el epítome del lujo: Cartier vuelve a ser pionera, esta vez en la percepción del reloj no como un instrumento para leer el tiempo sino como una joya que proyecta estatus. Inmediatamente después, una de arena, en 1986 propone la línea 21, una colección de relojes de precio de entrada -en la línea de los «Must»- dirigida a las generaciones más jóvenes.

Reloj Cartier Pasha 1984
Reloj Cartier Pasha 1984

Una nueva era

En 1988 Cartier anuncia la adquisición de Piaget y de Baume&Mercier en un movimiento estratégico para reforzarse técnicamente con las capacidades de la primera y logísticamente gracias a la amplia red de distribución de la segunda. En 1989 se presenta el Tank Americaine, una estilización Art-Decó del Tank con una caja elongada y curvada que le permite añadir complicaciones tales como el cronógrafo o las fases de luna. Todo este éxito trajo consigo la consecuencia inevitable: literalmente montañas de falsificaciones que la Casa combatió desde el minuto uno, con espectaculares performances de máquinas apisonadoras destruyendo cantidades ingentes de imitaciones acompañadas de potentes campañas de publicidad y de persecuciones judiciales allá donde podía emprenderlas.

En 1993 se crea el Vendome Group, que engloba al germen de lo que acabará siendo el grupo Richemont: Cartier, Baume&Mercier, Piaget, Montblanc, Alfred Dunhill, Karl Lagerfeld… primeros calibres con tourbillon en las colecciones Pasha y Diavolo, luego vendrán -más bien, volverán- las repeticiones de minutos. Y en 1996 aparece un nuevo icono (uno más): el Tank Française.

Después de unos años de reorganización interna, el inicio del siglo XXI marca una vuelta a la senda del lujo sin adjetivos, con nuevas colecciones de joyería pero sobre todo con lo que se convertirá en una auténtica manufactura Cartier de la mano de Carole Forestier Kasapi, tal vez la mujer más influyente en el mundo de la creación de calibres, con un impresionante currículo: cinco años como responsable de desarrollo en Renaud & Papi (el proveedor de complicaciones para Audemars Piguet), luego ha pasado 20 años en Richemont, los últimos 15 precisamente en Cartier. Idea suya son los movimientos de los relojes más espectaculares que ha presentado la marca en todo este tiempo, desde tourbillones para los Ballon Bleu hasta relojes misteriosos de pulsera emulando los originales de sobremesa o los repeticiones de minutos de la «Collection Privée«. Todavía queda ejemplos de este fulgor en la colección actual (la señora Forestier fue fichada por TAG-Heuer en 2020), como los Rotonde, los Tank Cintrée o los Santos esqueletizados con o sin joyería. No todo han sido éxitos: por el camino reciente han quedado el Roadster, el Calibre, el Driver o el Clé, lo que no significa que no vayan a volver en algún momento.

Ciertamente Cartier nunca fue rey de los relojeros, pero desde luego ha dejado y sigue dejando su impronta en esa corte.

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