Manufacturas relojeras, una «trinidad» de cuatro. O de cinco. Primera parte.

21 Nov 2025

Cuando se habla de las grandes manufacturas suizas se suele decir que forman la "trinidad": Audemars Piguet Patek Philippe y Vacheron Constantin, algo a mi entender totalmente injusto porque, sin desmerecer a ninguna de ellas, hay razones sobradas para incluir a Breguet en ese Olimpo por muy franceses que fueran sus orígenes. E incluso una quinta que debería estar ahí por méritos propios, y no es otra que LeCoultre, más tarde conocida como Jaeger LeCoultre o sencillamente JLC. Es más, la propia historia de al menos tres de las "maisons" se cruza en algún momento con la del maestro creador de calibres LeCoultre. Vamos a hacer un somero repaso de quiénes son y qué han aportado a la industria, aunque tal vez deberíamos decir "arte relojero". Nota previa para quien pueda echar en falta datos: esto no es un tratado de historia sino una recolección de puntos clave.

Audemars Piguet

Los fundadores

Fundada en 1881 por dos parientes lejanos, Jules Louis Audemars y Edouard Auguste Piguet, (la bisabuela de Jules era una Piguet). Ambos procedían de un entorno de relojeros y ambos eran expertos, aunque cada uno en su campo: Audemars era especialista en producir calibres complejos que después vendía para que otros los encajaran y vendieran. Por su parte, Piguet estaba especializado en la regulación de los movimientos de los relojes. De hecho, era «proveedor» de Audemars, ya que éste coordinaba un «etablisage», esto es, recepcionaba las distintas piezas que habían confeccionado los pastores del valle durante el invierno para montar sus movimientos. Una vez que se asociaron, dividieron las responsabilidades: Audemars estaba a cargo de la producción y los aspectos técnicos, mientras que Piguet se centró en las ventas y la parte administrativa. Nota: se suele decir que AP fue fundada en 1875 y que este 2025 celebra su 150 aniversario, pero ese año es el de la apertura del taller de Jules Audemars, seis antes de asociarse con su primo lejano.

Un ‘etablissage’

Por esa época ya estaba en auge la industria relojera norteamericana con su novedoso «sistema americano de fabricación» cuyo origen había sido la producción de armas y que consistía básicamente en la mecanización de la producción para fabricar piezas intercambiables. Lo que más tarde se ha dado en llamar «producción en serie» amenazaba seriamente una «industria» -si se puede llamar así- eminentemente artesana cuyo éxito dependía de la habilidad manual de un relojero en concreto. Esto llevó a los suizos -ahí no había todavía «fabricantes» dignos de ese nombre- a una crisis. Crisis de la que la recientemente creada sociedad se salvó gracias a la visión de sus fundadores, que decidieron especializarse en mecanismos complicados antes que competir en la banda baja. Esto les permitió aprovechar la mano de obra (todavía, los pastores en invierno) cesante que dejaba de trabajar para quienes hacían relojes baratos.

Complicaciones

Recordemos que la marca era básicamente un «etablissage», una organización del trabajo protoindustrial por la que las tareas se repartían entre varios relojeros, cada uno de ellos especialista en su campo. Con todo, en el «etablissage» había aun una categoría de operarios a un nivel superior: los «repasseurs», encargados de ajustar todas las piezas de distinta procedencia para que funcionaran como el todo para el que habían sido concebidas. Fue así como en 1899 Audemars Piguet & Cie presentó el calibre pluricomplicado L’Universelle, encargado a Louis Elisee Piguet -calibre 6074- y terminado (‘repasado’) en sus propios talleres. Louis Elisée no era pariente directo del socio de la marca, como tampoco lo eran los otros relojeros con el mismo apellido que participaron en la construcción del 6074 (posteriormente rebautizado 6142 en los archivos de la Casa). Es más, la compañía compartía apellidos con hasta cuatro manufacturas más. En un valle tan relativamente pequeño y tan aislado como el Valleé de Joux era fácil que, más o menos lejanamente, todos estuvieran emparentados.

L’Universelle

El calibre Universelle fue vendido a un relojero alemán de Glashütte -recordemos que AP era fabricante de calibres, todavía no de relojes-, que después de dos años de ajustes lo montó en una caja de oro y lo presentó en la feria de relojería de Leipzg. Cabe decir que la especialidad de Audemars Piguet era hacer relojes (calibres, en realidad) únicos, que vendían a joyeros tan prestigiosos como Tiffany’s, quienes se ocupaban de «encajarlos» en metales a la altura del producto.

Con sus 26 funciones, entre ellas 19 complicaciones clásicas, el Universelle es uno de los relojes más complicados del mundo y la pieza más compleja elaborada por Audemars Piguet en el siglo XIX. Entre otras, presenta Grande Sonnerie Carillon, un calendario perpetuo y un despertador con indicación de los minutos, pero también un cronógrafo ratrapante, segundero saltante y segundos muertos (ese que hace parecer al reloj como si fuera de cuarzo). Su cronógrafo sigue siendo todavía hoy uno de los más integrados de la historia de la relojería, con cinco agujas controladas por un único pulsador.

Pero tal vez su huella más profunda en el imaginario colectivo sea el modelo Royal Oak lanzado en 1972 y diseñado por Gerald Genta, o su evolución más moderna Off Shore, en 1993 y del que han aparecido infinidad de «concept watches», siempre en pos de la innovación técnica. Después de años de ser percibida como una marca mono-modelo, en 2019 lanzó el Code 11.59, que poco a poco va encontrando su lugar y del que, reivindicando el enorme legado de la marca, en 2023 se presentó la versión «Universelle», con 40 funciones y 23 complicaciones. Cuatro generaciones después, Audemars Piguet sigue orgullosamente en manos de las familias fundadoras.

CODE 11.59 L’Universelle

Breguet

Abraham-Louis Breguet
Quai de l’Horloge

Nacido en Neuchâtel, Suiza, en 1747, Abraham-Louis Breguet aprendió las bases de la relojería en el taller de su padrastro, Joseph Tattet, quien lo había sacado de la escuela para ponerlo como su aprendiz. Al cabo de un año ya sabía todo lo que Tattet le podía enseñar, y con quince años es enviado a París, donde aprenderá el oficio de relojero en reputados «ateliers», como el de Ferdinand Berthoud o Pierre Le Roy. Siendo un espíritu inquieto, acopió conocimientos no solo sobre relojería sino en distintas ciencias, como las matemáticas, la astronomía o la física, lo que le llevó a abrir su propio taller a una edad más tardía que lo que se podría presuponer para un genio de su talla.

Así, no fue hasta los 28 años (1775) que abrió su establecimiento en el Quai de l’Horloge, probablemente ayudado por la dote que aportó a su matrimonio su esposa, hija de una familia burguesa de París. Por cierto, el lector perspicaz habrá caído en la cuenta de que en este 2025 se cumplen 250 años de esa fundación.

Si hay algún invento relojero que no admite dudas sobre su autoría es el tourbillon, el órgano regulador montado sobre un eje que le permite girar sobre sí mismo compensando la gravedad que debían soportar los relojes de bolsillo metidos en un chaleco (spoiler: en los relojes de pulsera no tiene ninguna utilidad. Pero sigue siendo bonito). Siendo tal vez el invento más famoso de Breguet, no es ni mucho menos el único ni el más útil hoy día. Suya es la bautizada como curva Breguet al final del muelle espiral, que mejora el isocronismo y que sigue utilizándose. O los amortiguadores que prolongan la vida de los delicados ejes de volante.

Curva Breguet

También es el creador de los primeros calibres con carga automática, que él llamó «perpetuelle». Incluso el primer reloj de pulsera digno de ese nombre salió de su imaginación: el reloj que en 1810 hizo para Carolina Murat, hermana de Napoleón Bonaparte y entonces reina de Nápoles.

Reina de Nápoles

Antes de eso, y diez años antes de la Revolución Francesa (durante la que regresó temporalmente a Suiza) había recibido un encargo con el que soñaría cualquier creador: un reloj que contuviera todas las complicaciones conocidas en la época, sin importar el plazo ni el presupuesto. Si bien no fue la reina María Antonieta -gran fan suya- quien le hizo el encargo directamente, para la historia ha quedado su nombre asociado al reloj número 160. Debido a causas históricas de todos conocidas, María Antonieta no vería el reloj terminado, y en realidad Breguet tardó todavía muchos años más (para un total de 40, contando interrupciones) en culminar tamaño encargo. Sin cliente que se hiciera cargo de la abultadísima factura, el reloj permaneció en la Maison Breguet incluso después de la muerte de Abraham-Louis, acaecida en 1823, hasta que fue vendido al coleccionista británico Sir Spencer Brunton en 1887.

El ‘Maria Antonieta’

Long story short, el reloj acabo en manos de un coleccionista de origen judío que, junto a un centenar de otros relojes, lo acabó legando a un museo de Jerusalén, de donde sería robado en 1983. Desaparecido durante 23 años, fue recuperado en 2007, cuando la viuda del ladrón fue descubierta tratando de vender parte del botín. Justo un año después, en 2008, la empresa Breguet mostraba la réplica que había construido a partir de fotografías, planos y documentación conservados en los archivos. Su nombre, el reloj 1160. Tuve ocasión de verlo en directo en la Manufactura.

Reloj 1160       
Reloj ‘Sympathique’ 

Pero tal vez la invención más fascinante y menos conocida de Breguet sea el «reloj simpático» o simplemente «Sympathique». Se trata de un conjunto de reloj de sobremesa y reloj de bolsillo en el que el primero carga y pone en hora al segundo cuando éste es depositado sobre él, conectado mecánicamente y sin ninguna intervención humana. El reloj de bolsillo tendría un hueco por donde entraría un vástago del de sobremesa que conectaría con el calibre del primero para poder ajustarlo. Que hoy nos parezca poco menos que magia nos da la medida de la enorme capacidad inventiva -y los conocimientos técnicos- de un hombre de finales del siglo XVII.

Más recientemente, en 1989, Breguet encargó a Techniques Horlogères Appliquées (una empresa fundada nada menos que por F. P. Journe, Denis Flageollet y Dominique Mouret), la construcción de 20 Sympathiques, esta vez para regular un reloj de pulsera. El precio de estas piezas hoy es previsiblemente estratosférico: uno se vendió en subasta en 1991 por más de millón y medio de francos suizos. El segundo de ellos se ha rematado recientemente en Sotheby’s por cinco millones y medio.

Reloj ‘Sympathique’ de F. P. Journe et Al.

Jaeger LeCoultre

Antoine LeCoultre      

Antoine LeCoultre nació en 1803 en La Golisse, Vallée de Joux (dónde, si no), a donde su familia había emigrado huyendo de las persecuciones religiosas en Francia dos siglos antes, y donde acabaría fundando el pueblo de Le Sentier. Y, más que relojero -al menos al principio-, fue un ingeniero inventor cuyas aportaciones a la relojería marcaron el futuro de la misma. En 1826 inventó una máquina capaz de cortar los dientes de los piñones y ruedas, algo que aparentemente tiene una importancia menor si no tenemos en cuenta que antes de su aparición esos dientes se cortaban y limaban a mano, y su utilidad dependía de la habilidad de cada artesano. Poco después de presentar este invento, Antoine fundó su taller de relojería precisamente en Le Sentier, donde todavía hoy sigue estando la sede central de Jaeger-LeCoultre. Su objetivo principal en aquel momento era la creación de máquinas capaces de producir los componentes relojeros más precisos, de tal manera que fueran indistinguibles unos de otros y por tanto intercambiables. Una especie de «sistema de producción norteamericano» avant la lettre.

Torno herramienta
El “Millionomètre”

Así fue como en 1833 presentó el llamado «Millionomètre», un aparato capaz de medir la milésima de milímetro o, lo que es lo mismo, un micrón. Esto no solo mejoró de un solo golpe la precisión en la elaboración de piezas, sino que llevó a la adopción del sistema métrico decimal a un mundo que hasta entonces solo había conocido las «líneas». Aunque en la actualidad se sigue usando la expresión «líneas» para hablar de la medida de un calibre, estas van siempre seguidas de su traducción a milímetros.

Los inventos se sucedían rápidamente, desde las máquinas que usaba para fabricar sus propios ébauches hasta un sistema de barra oscilante para dar cuerda y ajustar la hora sin llave (1847). Como expositor en la Gran Exposición de 1851 en el Hyde Park de Londres, LeCoultre mostró un piñón tallado con su máquina, lo que le valió un Primer Premio. Pero Antoine LeCoultre era inventor, no financiero. A punto de caer en bancarrota, en 1866, y junto a su hijo Elie, decide reunir bajo un mismo techo todos los oficios y talleres relojeros diseminados por el valle de los que se proveía, dando lugar a la primera auténtica manufactura de la historia y poniendo los cimientos para la fabricación parcialmente mecanizada de calibres con complicaciones, algo que hasta entonces solo estaba en manos de unos pocos virtuosos. Funcionó: para 1888, la Grande Maison, como era ahora conocida, daba trabajo a casi 500 personas. Algo que Antoine no llegó a ver, porque habría fallecido en 1881.

La “Maison”, antes y ahora

¿Y qué más ha aportado (Jaeger) LeCoultre a la relojería? Pues nada más y nada menos que más de 400 patentes y más de 1.200 calibres distintos, desde simples tres agujas hasta las más intrincadas complicaciones, la mayoría de ellas suministradas a clientes con nombres tan sonoros como A. Lange&Söhne o algunos vecinos de este mismo artículo, como Vacheron Constantin o la mismísima Patek Philippe, que utilizó precisamente un calibre extraplano de LeCoultre para su primer Nautilus: el JLC 920, que Patek renombró a 28-255C. Ah, pero también Cartier, para quien, a través del que acabaría siendo su socio, Edmond Jaeger, suministró calibres igualmente planos como el 145 (récord mundial en la época, con 1,38 mm de grosor) cuyos relojes se apodaban “filo de cuchillo” por su extrema delgadez. Por ser más precisos, lo que LeCoultre (y más tarde Jaeger-LeCoultre) suministraba a las grandes marcas eran «ebauches», movimientos base sin terminar que los clientes acababan según sus propios criterios… y les cambiaban el nombre/número. Debido al peculiar sistema legal suizo, inventos como el Millionómetre o la puesta en hora sin llave nunca fueron patentados (algo, esto último, que fue convenientemente aprovechado por la competencia).

El calibre 145 de LeCoultre

En 1937, la asociación entre Jacques-David LeCoultre, nieto de Antoine y su cliente Edmond Jaeger dio lugar a la empresa «Societé de vente des produits Jaeger-LeCoultre». Es la época del Reverso, pero también la del Atmos, el reloj que funciona que extrae su fuerza motriz de los cambios de temperatura. Además, a finales de la década de 1920 Vacheron Constantin empezó a comprarle ebauches, lo que le permitiría pasar de una producción de 1000 relojes anuales a los 10.000. Diez años más tarde, en 1938, se firmó un acuerdo de suministro (especialmente del versátil «ebauche 450») que duró hasta bien entrados los años 90 del mismo siglo, cuando Vacheron Constantin pasó a formar parte de Vendôme -más tarde Richemont- y su estrategia cambió hacia los calibres propios. Esto en ningún caso resta méritos a Vacheron, simplemente pone de manifiesto la importancia de LeCoultre (o Jaeger-LeCoultre) para estar en esa «trinidad de cinco» por derecho propio. Estando ya también en el seno del Grupo Richemont, Jaeger-LeCoultre ha protagonizado hazañas relojeras como la serie Hybris Mechanica, exponente de una maestría acumulada durante dos siglos.

Reverso Quadriptique Hybris Mechanica

también te puede interesar